Capítulo 1

 

Las copas de los árboles dibujaban una curva paranormal bailando rítmicamente unos con los otros en el cielo estrellado. El agua caía sobre su rostro mezclándose con sus lágrimas, untando salado y no salado, vida y muerte, el bien y el mal. Se agarró como pudo al tronco de un imponente Castaño, uno de los pocos que se resistían a la invasión del eucalipto. Estaba cerca, lo intuía. Las fuerzas escaseaban, esperó a que aquel viento huracanado le diera una tregua y continuó, luchando en su contra, ante la suerte, ante la  vida misma.

Entonces la vio. Era la piedra del destino, la que tantos antes que ella habían buscado. No había dejado de llorar desde que empezará aquella inhumana ascensión, pero ahora todo valía la pena. Apoyó su mano sobre aquellos círculos concéntricos, símbolos de siglos de historia humana y buscó la entrada a la cueva. Nadie que no supiese de su existencia la encontraría, pero ella, Paola Gómez, creía ya en las meigas, nas bruxas, nos demos, nos Mouros.

Con la linterna led pegada a la frente entró con los pies por delante. El espacio era el justo para un ser humano de complexión delgada. La linterna sólo reflejaba piedra y más oscuridad hasta que cayó en una especie de hoyo. Miró atrás pensando que más tarde tendría que subir y eso no sería tan fácil. Dirigió su cabeza hacia aquella cueva húmeda y vio un haz de luz al fondo del pasadizo. Quería correr pero sabía que no debía. Cogió su arma y avanzó, ya no lloraba, ahora sudaba. No sabía que se encontraría al otro lado. ¿Tesoros? ¿Mouros? ¿Serían ciertas las leyendas? ¿Comunicaría aquel pasadizo con el Castillo de Andrade, con la playa de Centroña o con el Monasterio de Caaveiro?

Apagó su linterna aunque se arriesgaba a tropezar. Aquella luz era lo suficientemente nítida para guiarse hacia ella. Estaba cerca, sólo unos metros más.

Allí, de pie, en el centro, iluminado por un haz invisible estaba una presencia vestida de negro, de espaldas. Paola respiró hondo y sintió cómo las lágrimas volvían a inundarla. Cuándo se dio la vuelta y vio aquellos ojos inyectados de sangre el miedo la cubrió por dentro. No podía ser él, era imposible, ella misma lo había encerrado. De fondo escuchó una música conocida que le ablandó el corazón y la trasladó a aquellas horas en San Miguel de Breamo. En su mente sólo escuchaba a la gente gritar…

¡Guardián, Guardián¡

Entonces vio cómo se acercaba a ella muy despacio, se quitaba el pasamontañas y le sonreía, mientras la cogía de los hombros.

— El bien y el mal Paola, sólo tú puedes guiarnos —No era capaz de hablar, de contestarle, las palabras se enredaban en su garganta —. Sólo tú, Paola.

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Puedes leer la primera parte:
El Guardián de las Flores